Anti-poesía

El dictador y su castillo

El Dictador fue a buscarte en su carroza, y te arrastró hasta aquí.

En el camino te asomas por la ventana, reconoces cada edificio, pero el miedo se siente como si fuera la primera vez.

Escuchas la música sin saber que, cuando pase todo esto, cada vez que escuches esas melodías tu cuerpo sólo va a saber recurrir al pánico.
El Dictador trata de mantener una conversación contigo en el camino, pero tienes que mantener tus palabras mínimas para que tu voz no se quiebre.

Al llegar al castillo es la misma sensación de siempre: frío. No sólo físico, sino ese frío que te llega a las entrañas, el frío que te llega cuando sabes que algo no anda bien.

Subes a la torre, dejas tus pertenencias.

Sientes la presencia de la Heredera de Echidna, aunque todavía no la ves ni sabes en qué parte del castillo se encuentra.

La Licántropa te saluda. A veces te da compañía; le has agarrado cierto cariño, pero sabes que, a fin de cuentas, es la hija de la Heredera. Y aunque te cuide de día, puede que te despedace en la noche.

Detestas al Dictador, pero no quieres que se vaya.
No quieres quedarte sola con la Heredera.

No sabes qué te asusta más: los gritos del dictador o la simple presencia de la Heredera.
No puedes mostrar miedo, porque eso los provoca.
El miedo es tu culpa.

Todo está prohibido aquí, pero dejan la tentación al alcance de tu mano para que tu deseo te traicione y entonces tengan todo el derecho a castigarte.

Intentas aguantar, porque el trato solo te obliga a permanecer en este castillo lúgubre algunos días.
Pero sabes que no importa, porque, de todas formas tendrás que regresar cada mes hasta que cumplas la mayoría de edad.
Está escrito en la profecía.

Extrañas a la Marquesa, pero sabes que está prohibido comunicarte con ella mientras estés aquí.

La unica presencia que sientes es la de tu miedo, y lo único que escuchas es el profundo y vacío silencio.
Deseas que hubiera fantasmas, porque así no te sentirías tan sola. Además, ningún fantasma se compara con el sadismo del Dictador.

Cualquier paso en falso puede costarte un castigo, así que anda con cuidado.
No toques el cofre. Es una trampa. No importa lo que haya dentro; lo que importa es que el Dictador está deseando que lo toques.

Tienes que demostrar inteligencia. Aquí los tontos no sobreviven, y los vulnerables, menos.

Desearías, aunque sea, poder mandar un mensaje al exterior. Pero, ¿de qué sirve que la Marquesa intente rescatarte una vez más si el mandato del rey te obliga a volver aquí?

Aguanta. Sólo unos años más y te liberarás de este contrato.

No escuches tu miedo. No sirve de nada. Sólo te hará llorar, y no puedes dejar que el Dictador vea tus lágrimas.

Reza en silencio. Dios es el único que puede acompañarte, y con eso basta.
No dejes que te escuchen. Aquí desconocen lo que es Dios.

La comida de este lugar es asquerosa, pero tienes que comerla, o el Dictador se enfurecerá.
No respires por la nariz. No pienses en lo que es. Sólo traga, exhala y da el siguiente bocado. Recuerda: sin lágrimas; no dejes que salgan.

No le cuentes al Dictador lo que te hizo la Heredera. Sólo lograrás que se enfurezca. Si ella te hizo algo, fue porque tú lo provocaste.
Aquí aborrecen a las princesas mimadas. Finge que no sientes.

No te acerques al Anciano del ático. Es un demonio camuflado.
Aquí nadie va a defenderte. Tienes que fingir que tratas al Anciano con respeto o te ganarás una buena paliza.

Apaga tu alma unos días. No tu mente; esa la vas a necesitar.

Los que habitan aquí no tienen corazón. Pueden sobrevivir sin él, así que es en vano intentar enternecerlos.

No olvides quién eres, no les permitas borrar tu bondad.
Tienes que esconderla, pero nunca olvidarla.

Un día saldrás de aquí, para no volver jamás. Olvidarás las torturas y los castigos.

No existirán muros altos, ni demonios disfrazados.

Te alejarás tanto de aquí que ni siquiera sabrás qué fue de tus victimarios.

Aguanta un poco más. Yo te acompaño, aunque no lo sepas, desde un lugar que aún no conoces.

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